Reflexiones a bordo de la Diosa

DELIRIOS: de Roquetas de Mar a Santa Pola

Agua y más agua, salada, azul, verde, turquesa, aguamarina, celeste…Solo pienso en saltar y nadar, zambullirme. Ideo tropezar accidentalmente para: “ uuuuy me he caído” y que la Diosa siga al viento, dejándome ahí, con el agua azul verde salada. En silencio. Mojada. Fresca, libre. El cielo yo y la mar.

A babor unas pardelas planean ligeras al ras del agua; se sumergen para pescar, sin molestar, como si no estuvieran; pero están. Puede que, cerca haya un banco de sardinas, y si me caigo al agua, quisiera ir con máscara y un tubo, para saludarlas. Sin molestar. Como si no estuviese. Solo mirar, y dejarme llevar.



Las olas balancean a la Diosa a su antojo, arriba y abajo una y otra vez, y con vientos de hasta 20 nudos mi estómago no aguanta. Antes de caerme por la borda, ”de verdad”, tengo que retirarme a descansar a popa. Muy gustosamente estreno el camarote principal; lo que supone, en una tripulación “normal”, sería de la capitana, pero en la Diosa Maat es “la suite” y la utiliza quien primera la pilla. Me acurruco en la estupenda cama asimétrica, no sin antes colocar el cubo a mi lado por eso del mareo.
La Diosa me mece con delicadeza y amor, como hace muchísimos años lo hacía mi amatxu, con esa intención de protección que las buenas madres saben trasmitir, “Oba oba todo va ir bien”, me decía; y así era y es: de momento, todo lo que ella dice se cumple. El Mediterráneo también me acuna junto a sus sardinas, tortugas y medusas. Soy una más. Aunque de una especie despreciable y peligrosa.
Dormitando al ritmo de las olas, escucho el roce de drizas y escotas al viento, que hacen que la Diosa ruja como una vieja casona. Se queja, pero sabe que la tratamos lo mejor que sabemos, aunque eso no signifique mucho. Creo que en el fondo está agradecida; de ahí, todo lo que nos da a cambio. Pienso en su casco, en la parte sumergida, en todo los litros de agua que tiene por debajo; tenemos. El camino hacia el fondo es más azul oscuro; y antes del cambio climático era mucho más frío, ahora, estoy en duda. Eso sí, con fantásticas y desconocidas criaturas; como la que veo ahora… ¡Ah pero no!! No es una medusa, es una bolsa de plástico del mercadona a la deriva. Me fijo, y me quedo tranquila; pues en una esquinita puedo leer: “Reciclable,” con un logo verde. MENOS MAL!! Sólo le llevará desintegrarse un promedio de entre 150 a 500 años. Y en este largo periodo de tiempo hay muchas probabilidades de que una tortuga se la trague, pensando que es una medusa; y le reviente el estómago y los intestinos, llevándole a una muerte lenta y dolorosa; o/y que una delfín se enrede con ella, hasta que poco a poco se asfixie y muera. Además, al degradarse en partículas diminutas que se convertirán en tóxicos muy dañinos, todos los peces estarán expuestos a tragárselas. Así les ocurrirá a mis amigas las sardinas: al comerse éstas micro partículas, les afectará al organismo, desarrollo, vida, reproducción… y si todavía hubiera algún atún salvaje en el Mediterráneo, que se comiese a las sardinitas, estos inocentes se verán afectados también. Y las pardelas. Y las alcatraces. Y,y… Y luego al final, yo, cuando haga sardinadas en verano!!!
Pero no me desanimo por una bolsita insignificante del mercadona. Sigo viajando por las profundidades del Mediterráneo y el paisaje es aún peor: docenas de neumáticos, redes, cientos de latas de coca cola, botellas de agua… noooo, no puedo mas!!!
Me despierto de golpe sudando, y busco a mi compañera Alicia, que sestea feliz a mi lado en la gran cama de la suite. Quisiera pedirle que me abrace fuerte y me diga “oba oba todo va ir bien”. En cambio, cojo el cubo y vomito.
En cubierta se oyen órdenes para hacer maniobras. Subo, respiro y me quedo quieta en la bañera, mientras mis compañeras se esfuerzan por virar. Todas están ocupadas, nadie repara en mis lágrimas, el agua sigue allí. Pronto llegaremos a puerto y con el ajetreo no me echarán en falta. Como una pardela, me dirijo a popa como si no me dirigiera, pero yendo. Agarro el cubo y después de limpiarlo y amarrarlo bien, Zaz!!!, me caigo al agua, sin querer, en silencio.
En un momento solo queda la estela de la Diosa, el viento se la lleva. De mis ojos no paran de salir lágrimas que se juntan con el agua de la Mar: es como, si yo hubiera llenado todos esos litros de agua salada. Al sumergirme, verifico lo caliente que está el agua, tal y como sospechaba. Eso sí, he tenido la precaución de no caerme con máscara ni tubo.
Mis últimos pensamientos son para la tripulación y su magnífica capitana, ¿les habré dejado una nota de despedida?