Jarera… Jarera


Por Miguel García | Voluntario en Melilla de la Diosa Maat

Una voz dulce de mujer, acogedora pronuncia esta palagra: “Jarera”.

Está rodeada por una decena o más de chiquillos desarrapados, de edades comprendidas entre los ocho y los catorce años, algunos mayores también. Ayudada por un hombre de poblada barba y algunas personas más ofrece una sopa fría en pequeños vasitos de plástico para esa cohorte de muchachos que crece a la caída de la tarde.

Conforme el sol cae en la ciudadela, en la muralla de la ciudad antigua de Melilla no para de crecer la muchedumbre de muchachos que surgen de todas partes, de entre los rincones más recónditos de la fortaleza. Alguien les ofrece leche, chuscos de pan seco, lo que pueden. Son unas pocas personas que intentan suplir con dedicación y caridad la justicia que aquí nunca ha existido.

Los muchachos a pesar de todo no presentan un aspecto demasiado lamentable aunque algunos han sido golpeados y han corrido huyendo de los guardias civiles, de la policía portuaria, de la de su país, huyendo de todo y buscando lo que sea.

Son los MENAS: Esa palabra … la primera vez me sonó a secta, a subgrupo juvenil, a banda organizada pero no son nada de eso aunque no se, quizás no les quede otra. El tecnicismo ser refiere a como son clasificados en la frontera: Menores no acompañados. Bajo ese acrónimo se aglutinan niños en su mayoría marroquíes que huyen de la miseria buscando la esperanza a lomos de un barco, un camión, un medio para viajar de polizón hacia la tierra prometida.

Mientras la ciudad de Melilla, la vetusta ciudad dormita ajena o enajenada a lo que pasa tras sus fronteras, en sus fronteras, en su interior. Militares de rancio abolengo, policías, funcionarios hacen deporte en ajustada ropa por el paseo marítimo.

A pocos kilómetros, en otro mundo, familias se bañan en las playas. Hombres en deportivos short, mujeres en no tan deportivos chándal y velos disfrutan del mar, de una economía dicen que en expansión pero no para todos.

Hay en los ojos de los niños de la muralla, desesperanza, llanto contenido, las consecuencias de la miseria, de la bajeza humana están reflejadas en una mirada. Inquietos, desesperados miran anhelantes hacía un mar que les lleve a la península, la tierra prometida, esa tierra que se desangra entre nacionalismos y patriotismos, falsos los dos.

Hago estas reflexiones a bordo del Diosa Maat, ese barco que siboliza el anhelo de algunas personas que piensan que sí, que este mundo puede mejorar, que no tiene por que seguir siendo así, que los causantes de las miserias, del deterioro de unas tierra otrora ricas puede pararse, que estos niños podrían estar felices en su ciudad, con sus amigos, con su familia y que un día alguien llegó pregonando el progreso y solo les trajo la esquilmación, la miseria. Tierras valdías, gente sin esperanza. Emigrantes climáticos los llamamos pero el clima no es bueno ni malo, solo responde –al contrario que esta gente- con fuerza cuando se le hiere.