Reflexiones a bordo de la Diosa


Sin botellas rotas de cava, con un motor gripao, un griego perplejo al percatarse que su amiga de referencia se quedaba en tierra; varios polizontes (eufemísticamente llamados “voluntas”; un temerario capitán piobarojiano y la infatigable “rubia” coordinadora e instigadora de todo este embolado junto con su equipo de cómplices, zarparon en la Diosa Maat el pasado lunes (conmigo a bordo), de Cádiz al Puerto de Santa María.





De esta forma, el icónico, romántico, pirata e incierto velero de Ecologistas en Acción ponía rumbo por fin, tras mas de dos años de parón en un puerto feo y aséptico. Un viaje, reconozcámoslo, demasiado corto, frustrante y obligado, que no cumplía con las expectativas previstas, pero que -paradójicamente- no coincidía con los sentimientos de emoción e ilusión que expresaban las caras de las personas allí embarcadas, incluido el griego.


Y que los sentimientos derrotistas afloraran tenía en principio su lógica. Ya que el viaje tan solo tenía un cometido: reparar un motor “imprevisiblemente” averiado que retrasaba tres semanas su puesta en escena por el Mediterráneo, en un campaña que de ida y vuelta lo llevaría hasta Valencia, pasando incluso por Melilla. Casi tres meses frenéticos de actividades, acciones, risas, charlas, solidaridad, disgustos, pasiones, encuentros, ecología, mar, sal, averías, creatividad y esperanza, se ponían en peligro por un maldito motor: chapas, tornillos, bielas y arandelas, todas metálicas y meticulosamente encajadas para actuar de la manera mecánica y prevista, se confabulaban para imponer su tiránica realidad a un proyecto cargado de sueños, empuje e ideales. La “máquina” retando el inicio de un ambicioso proyecto tejido de mimbres mucho más complejos y menos predecibles. Un proyecto cuyo engranaje y despegue solo era posible mediante amplias dosis de ilusión, flexibilidad, compañerismo y confianza mutua, se veía amenazado por un ¿motor?


Pero menos mal que el futuro no existe, o lo que es lo mismo: es incierto y no siempre tiene porqué ceñirse a lo que la lógica incita a prever. Y gracias, porque la incertidumbre hacia el futuro no solo es parte de la vida, sino que es la esencia de su vivilidad. Es decir: la que permite que nuestros actos tengan sentido de ser frente a la losa impuesta por el determinismo, la monotonía y el bostezo conformista.

De este modo, aspirar y pelear por un mundo mejor, con menos plásticos, arrastreros, megacruceros, petroleros y pesquerías ilegales surcando por nuestros mares, como pretende promover la Diosa en estos tres meses de campaña, puede resultar difícil de creer; vale lo reconozco. Pero no aspirar a ello resulta por el contrario tan tristemente previsible, paralizante y opuesto a la pasión que mueve nuestras vidas, que mejor retar y cuestionar toda lógica interesadamente impuesta. Y de ese modo, vivir.


Y por esto, aquellas sonrisas de esa primera y forzada travesía de la que tuve la oportunidad de ser testigo creo sinceramente que no fueron casuales. Simplemente representaban esa actitud tan necesaria para avanzar hacia un mundo mejor: la de no postrarse ante los imprevistos, sonreir, tener esperanza, mirar hacia delante, y solventar colectivamente todos los obstáculos que impone el poder (siempre conservador) para evitar que nada cambie y todo siga igual (de mal). Exactamente la misma actitud que los días siguientes que pasé en el barco descubrí en cada una de las personas del equipo, por separado y en colectivo.

Este es el motivo por el que creo plenamente en que la Diosa volverá a surcar el Mediterráneo, y de ese modo aportar así su pequeña gran gotita de agua para lograr un mundo mejor, con unos mares más vivos y menos sucios.